Los perros de la Mórrígan by Pat O’Shea

Los perros de la Mórrígan by Pat O’Shea

autor:Pat O’Shea [O’Shea, Pat]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2024-01-31T00:00:00+00:00


Capítulo 19

reda Buenamala estaba sentada aún ante su mesa de laboratorio, haciendo como que investigaba.

Lo que hacía en realidad era algo muy distinto: estaba componiendo simples hechizos, en parte por divertirse y en parte por matar el tiempo. Había decidido, a la hora de manejar ratas, que prefería las de toda la vida; y en un abrir y cerrar de ojos se encontró ante varias ratas pringosas, de pinta bastante real, y que la miraban a su vez con sus ojillos vigilantes y astutos, enseñando sus dientes amarillos. El invernadero se vio súbitamente beneficiado, no sólo con el olor de las ratas mismas, sino con otros olores que evocaban imágenes de cubos de basura y sótanos viejos y mohosos y demás lugares que es mejor no mencionar.

La gata que tan humillantemente había sido utilizada como trapo del polvo se levantó de un salto, sorprendida. Se puso a gruñir, moviendo la cola de un lado para otro, y a mirar con fiereza hacia la mesa de laboratorio. Breda le dirigió una mirada de reojo, y la gata se agachó y se tendió en el suelo, donde cayó en una especie de trance en el que toda su naturaleza se afirmaba en la mirada fija de sus ojos. De vez en cuando se le abrían las mandíbulas en mudo gruñido, y su cola se agitaba lánguidamente a intervalos.

Breda sonrió a sus ratas y dio a comer a cada una un trocito de sebo. Le quitaban ansiosas el sebo de las manos y se lo tragaban entero. Cuando hubo terminado, les enseñó a mascar y escupir tabaco. Una vez que se acostumbraron al picor del tabaco en la boca, las ratas empezaron a disfrutar de él; pero seguían mirando a Breda con recelo.

Ésta se quitó el gorro, el ropón, los lentes con montura de asta, e hizo desaparecer su equipo científico.

—Se acabó esta carnavalada —⁠declaró; y las ratas se mostraron visiblemente aliviadas… aunque no quitaban ojo a la reprimida gata.

Breda se colocó una visera verde, y a las ratas les puso una camisa a rayas, corbata de lazo, y encima una chaqueta de mangas anchas y muchos bolsillos. Sobre la mesa de laboratorio apareció una minúscula mesa con tapete verde y sillas a la misma escala donde se sentaron las ratas. Breda colocó ante sí varias barajas empaquetadas y sin estrenar. Abrió una de ellas, barajó y sirvió. A continuación dio a las ratas unas nociones sobre cómo jugar al póquer y cómo engañar.

En cuanto las ratas entendieron la lección, las cartas se redujeron de tamaño hasta volverse aptas para ser manejadas por sus extrañas manos. Cada vez que Breda tocaba una carta, ésta recobraba su tamaño normal; y a lo largo de las lecciones, las cartas no dejaron de menguar y crecer cada vez que pasaban entre sus nuevas amigas y ella. Ahora las ratas disfrutaban de verdad, y de vez en cuando escupían jugo de tabaco a la gata.

Melodía Clarodeluna había estado deambulando sin rumbo por el invernadero.

Se acercó a echar una mirada.



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